Por: Alana Viera

Venderte por el plato de lentejas

Ser el plato de lentejas

en una relación libre

en un mercado donde todo se pudre

Dignamente.

Nadie elige trabajar, lo cierto es que si pudiéramos elegir no despertar a las 6:10 am, alistarnos y estar con una sonrisa en esa reunión, frente a ese mostrador, junto a un montón de personas que podrían o no caernos bien; no lo haríamos. Pero, lo hacemos porque a pesar de toda la publicidad que nos grita que elegimos los trabajos que tenemos, siempre ocurren esos días en los que nos sentimos exprimidxs, drenadxs, exhaustxs. Luego nos tomamos un baño para mantener la cordura y otro día empieza. 

Habrá quién te diga que si te sientes así te haría bien ir a terapia, ya sabes, para que te quiten esa fea sensación que deja la explotación y puedas reemplazarla por la producción de ese yo centrado que siente que vale, que es digno, mientras sepa cómo convertirse en buen ciudadanx y en caso no sepa, aprenda cómo, y en caso sea torpe para ello, reciba su diagnóstico en nombre de la sagrada normalidad.

Demoler la idea de la necesidad sómatica de trabajar todavía nos suena a vagancia y locura aunque, bueno, hay que admitir que lo es… en parte. No soñar con trabajar, desear una vida donde las pasiones que nos desbordan no tengan precio en el mercado y con ello, no sean el inicio de nuestras peores pesadillas, es inconsiderable. Más aun lo es, afirmar que todo trabajo es explotación. 

Lo cierto es que muy poca gente tiene claro lo que perdemos cuando trabajamos. Marx fue el primero en esbozarlo como la multiplicidad de posibilidades y luego Paul B. al plantear la función deseante, como esa potencia robada para hacer posible el capital. Contrario a lo que se dice, no es principalmente la extracción de recursos de la naturaleza lo que sostiene este sistema; eso solo es posible a través de cuerpos puestos para el trabajo y para las horas extra de consumo que nos obligan a presentarnos a trabajar una vez más.

Mientras en los espacios de “lucha colectiva” se usa como bandera el trabajo digno, es casi imposible discutir la naturaleza extractiva del trabajo: bajo el capitalismo, bajo el feudalismo, bajo el socialismo el trabajo extrae, drena, corroe, rompe la capacitad creativa, corrompe en nombre de la productividad social y, lo más importante, produce la normalidad que permite la desigualdad, el abuso, la acumulación excesiva de riqueza de unos pocos, sobre los muchos. Un poco esquizofrénico si lo vemos así, ¿no?

Ya Deleuze lo dijo antes: el capitalismo se sostiene sobre múltiples estructuras esquizofrénicas, “creencias erróneas, a pesar de las pruebas que dicen lo contrario, la vivencia de que los sentimientos, impulsos, acciones o pensamientos propios no son generados por uno mismo, sino que son otros quienes los colocan en la mente de uno, el razonamiento y comportamiento desorganizado”*, ¿Son síntomas de la época o como la Organización Mundial de la Salud describe la esquizofrenia? En realidad, las dos cosas.

Haría falta poder imaginar un mundo en el que los lazos de interdependencia y cooperación sean posibles al punto en el que podamos superar al trabajo como forma de organización social. Para ello, sería necesario dejar de desear el trabajo digno que nos permite consumir un poquito más. Haría falta recuperar nuestra capacidad de desear ese mundo; solo así podremos renunciar a la normalidad y poner el cuerpo para hacerlo posible.

corrompido

roto

corroído

el grano de lenteja

creía que era un plato

que se podía ganar

con dignidad.