Por: Daniela Pacheco, colaboradora IDEAL

Este artículo fue publicado originalmente en diario Milenio

Lejos de tratarse de una situación extrema o de un caso excepcional, la tragedia de las y los migrantes encontrados muertos en un tráiler en Texas retrata la cotidianidad de la migración irregular. Tratados como si fueran mercancía, asfixiados y sin agua quedaron a merced del tráfico trasnacional de personas, cuyas redes operan en completa impunidad, alimentando que un fenómeno natural como migrar —que ocurre por diversas razones—, se haya convertido en un negocio de sangre.

Hasta el momento, se registran 51 víctimas mortales, de las cuales 27 son de origen mexicano. Según la organización Agenda Migrante, el año 2021 se constituyó como el de mayor migración mexicana en la última década. Por su parte, el gobierno nacional reportó un incremento del 89% interanual en el número de migrantes presentados o canalizados por la autoridad migratoria en el primer trimestre de 2022, al sumar 77.626 de enero a marzo.

Es necesario entender que la migración no es en sí misma una crisis, sino una realidad mal gestionada que ha dado lugar a graves situaciones humanitarias, y cuyas condiciones y reglas, muchas veces perversas, poco o nada han servido para detenerla. El informe Migraciones en el Mundo 2022 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), evalúa que el número estimado de migrantes internacionales ha aumentado en las últimas cinco décadas. El total estimado de 281 millones de personas que vivían en un país distinto de su país natal en 2020 es superior en 128 millones a la cifra de 1990 y triplica la de 1970.

Lo sucedido en San Antonio, Texas, no es más que la evidencia del fracaso de la política migratoria estadounidense. Cada vez que se presenta una tragedia de este tipo se señalan responsabilidades en el partido opositor, se anuncian trabajos coordinados entre países fronterizos, se insta a endurecer los procesos de ingreso a los migrantes para “protegerlos”, y la realidad es que ninguna medida ni de los estados ni de los órganos supranacionales ha logrado mayores resultados, más allá de seguir castigando a los más vulnerables.

Las políticas migratorias podrían ser mucho más eficaces si estuvieran relacionadas de forma explícita con programas políticos a largo plazo centrados en temas como el desarrollo, la ausencia de conflictos y la prevención del cambio climático. La auténtica clave para lograr una gestión eficaz y humana de la migración es reducir las diferencias entre los llamados países desarrollados y los de economías emergentes, y ello necesita de un compromiso global y urgente.

Por ejemplo, la reciente Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles dejó un escueto compromiso entre los países firmantes para fortalecer y expandir las vías de migración legal mediante programas de trabajo temporal, reunificación familiar y regularización, que sin un plan de trabajo y presupuesto claros, seguramente se convertirá en un otro canto de sirena como suelen serlo este tipo de encuentros.

Cuando el objetivo central de las políticas de migración deje de ser privilegiar los pasaportes de ricos blancos por sobre todos los demás, y se concentre en la reducción de la desigualdad que origina el mayor porcentaje de la migración, podremos empezar a vislumbrar cambios verdaderos y no solamente batallas públicas puesta en escena por políticos sentados encima de las y los muertos de las naciones más explotadas.

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