Por: Soledad Buendía Herdoíza, colaboradora de IDEAL

El concepto de democracia proviene del término griego “dēmokratía”, que se compone de “demos” (pueblo) y “kratia” (gobierno o poder). En su sentido más amplio, la democracia es una forma de gobierno en la que el poder reside en el pueblo y es ejercido por él, ya sea directamente o a través de representantes elegidos mediante elecciones periódicas y libres.

El principio fundamental de la democracia es la soberanía popular, lo que significa que el pueblo tiene el derecho de participar en la toma de decisiones políticas que afectan su vida y su sociedad. En una democracia, los ciudadanos y ciudadanas tienen igualdad de derechos y oportunidades para expresar sus opiniones, votar, y participar en la vida política y pública. Entre los pilares esenciales de una democracia encontramos la participación ciudadana como mecanismo que permite el ejercicio del derecho y el deber de participar activamente en los asuntos públicos, ya sea a través del voto, la manifestación, la libertad de expresión o la formación de grupos y asociaciones.

En una democracia, se respetan y protegen los derechos fundamentales de todas las personas, independientemente de su origen, raza, religión, género u orientación sexual. También podemos señalar que la democracia se basa en la existencia de leyes justas y equitativas, que se aplican tanto a los ciudadanos como a los gobernantes. Nadie está por encima de la ley.

En este orden de ideas en una democracia se permite y valora la diversidad de opiniones y se garantiza la existencia de partidos políticos y medios de comunicación independientes y elecciones libres y justas donde las personas ciudadanas tienen la oportunidad de elegir a sus representantes y gobernantes mediante elecciones periódicas y libres, donde el voto es secreto y se realiza sin coacción.

Finalmente, los gobernantes deben ser responsables ante los ciudadanos y rendir cuentas por sus acciones y decisiones.

La democracia cambia en su grado de implementación y efectividad en diferentes países y contextos. América Latina ha sido escenario de una historia tumultuosa en materia política, pasando por dictaduras, regímenes autoritarios y guerras civiles. Sin embargo, en las últimas décadas, la región ha experimentado un notable proceso de transición hacia sistemas democráticos y, entre ellos, varios gobiernos progresistas.

En las últimas décadas, América Latina ha mostrado avances significativos en la consolidación de la democracia al transitar hacia sistemas políticos más abiertos, plurales e inclusivos. La caída de regímenes dictatoriales y autoritarios ha permitido la emergencia de gobiernos electos democráticamente y la celebración de elecciones regulares, lo que representa un paso importante hacia la participación ciudadana.

El fortalecimiento de la sociedad civil y la protección de los derechos humanos han sido fundamentales para construir instituciones democráticas más sólidas. Varios países han establecido leyes y políticas para promover la igualdad de género, los derechos indígenas y la inclusión de grupos minoritarios, lo que ha contribuido a una mayor representatividad en los órganos gubernamentales.

A pesar de los avances todavía estamos lejos de alcanzar que el sistema represente realmente el gobierno del pueblo y superar el monopolio mediático que impide el acceso a la información como asignatura pendiente. América Latina enfrenta desafíos importantes en su camino hacia una democracia plena y efectiva. Uno de los principales desafíos es la corrupción pública y privada y su relación incestuosa con los grandes medios de comunicación, que roban a los ciudadanos y ciudadanas el derecho a la verdad.  Frente a la desigualdad socioeconómica, que sigue siendo una característica persistente en la región. Las brechas entre ricos y pobres, la exclusión social y la pobreza son problemas que afectan la calidad y legitimidad de la democracia pues erosionan la confianza en el sistema. Asimismo, la violencia y la inseguridad representan un obstáculo para la consolidación democrática. En algunos países, la presencia de grupos criminales y el narcotráfico han debilitado la autoridad estatal y han generado un clima de miedo e incertidumbre entre la población.

A pesar de los desafíos, existen perspectivas alentadoras: la creciente conciencia sobre la importancia de la participación ciudadana y la defensa de los derechos humanos han dado lugar a movimientos sociales y al activismo que buscan cambios significativos, permitiendo el triunfo de gobiernos de izquierda en la región. Colombia con Gustavo Petro, Brasil con Lula da Silva, Bolivia con Luis Arce, Gabriel Boric en Chile, Alberto Fernández en Argentina, Xiomara Castro en Honduras, Andrés Manuel López Obrador en México o el triunfo electoral de Bernardo Arévalo de León en Guatemala y de Luisa González en Ecuador. Este último país definirá en segunda vuelta el 15 de octubre si será gobernado por la izquierda progresista.

El futuro de la democracia en América Latina dependerá del compromiso de los gobiernos, la sociedad civil y los ciudadanos y ciudadanas para superar los desafíos y trabajar juntos hacia un sistema político más justo, equitativo y participativo. Solo así se podrá construir una América Latina más próspera y democrática para las generaciones futuras.

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