Apuntes para el conversatorio organizado por el Fondo de Cultura Económica de México, 21 de julio de 2021

Galo Mora Witt

El 2016, en calidad de embajador de Ecuador ante la UNESCO asumí la presidencia del GRULAC, Grupo Latinoamericano y del Caribe,  y en su representación debía exponer ante la Conferencia Mundial la posición de la región. Una regla prefijada establece que el discurso de orden debe ser aprobado por la totalidad de los países por unanimidad, de ahí que cualquiera de ellos tiene poder de veto. Yo había incluido una cita de Simón Bolívar que me parecía convencional, porque, más que una declaración política, es una exhortación cívica e histórica:

La unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres, sino inexorable decreto del destino. Unámonos y seremos invencibles.

 

La sorpresa fue mayúscula cuando embajadores de tres países se opusieron a que aquellas palabras del Libertador formen parte del discurso, bajo el pueril argumento de que podían ser observadas como provocadoras. Reflexioné entonces sobre aquella proscripción devenida negación de su pensamiento, pero la pregunta debía ser: ¿Por qué dos siglos después de sus combates y proclamas, su vida y obra eran aborrecidas, al punto de renegar de su heredad?

No era un hecho aislado, porque los ultrajes a su memoria han sido tan reiterados como infamantes a lo largo del tiempo, y cabe un ejemplo reciente. A través de la plataforma digital del Instituto para la Democracia Eloy Alfaro, IDEAL, organismo con sede en México, publiqué el artículo Manuela Sáenz y los visitantes, relacionado con Herman Melville, Giussepe Garibaldi, Ricardo Palma y Simón Rodríguez, que hicieron una peregrinación al puerto de Paita, Perú, donde Manuela vivía o sobrevivía en el exilio. Uno de los comentarios burdos decía, textualmente: ¿no es esa la mujer que traicionó al marido y ese el enano que odiaba a Guayaquil?

Pero la maledicencia no es solo una cuestión de ciudadanos ignaros, proviene, desde hace más de dos siglos, de los círculos relacionados con la colonia, con el criollismo feudal, con cierto militarismo obtuso y utilitarista, con el aprovechamiento y apropiación de tierras y patrimonios, con esferas de comunicación a través de viejos heraldos, libelos, panfletos, periódicos, al punto que hasta Marx denostó a Bolívar, merced a la sesgada información de Charles Dana, miembro de un falansterio. Por fortuna el propio Engels dijo después que aquellos escritos estaban destinados al olvido.

Se ha escrito tanto sobre Bolívar que es preciso hurgar en escondrijos de viejas bibliotecas y archivos para acceder a ciertas informaciones que nos podrían liberar del lugar común de la apología o la imprecación. En este espacio quisiera abordar temas relacionados con la educación, particularmente de un reglamento de educación media escrito de puño y letra por el Libertador, y el curioso caso de su graduación como abogado ante la Universidad de San Marcos de Lima. De igual manera dos perfiles controversiales, por la vigencia que tienen estos temas en la hora presente: los ardides, estratagemas y mentiras de cierta prensa contra Bolívar, y, finalmente, su pensamiento sobre las mujeres, la valoración del Libertador sobre su invisibilidad histórica, la misoginia organizada que la ha sometido al silencio, la diatriba y la marginación. 

Quizá al desmenuzar estos asuntos pueda acercarme a entender las razones por las cuales los antes citados embajadores extraordinarios y plenipotenciarios ante la UNESCO vetaron el nombre y las palabras bolivarianas.

En Loja, la ciudad sureña del Ecuador donde nací, Bolívar escribió el reglamento del colegio más antiguo, llamado Bernardo Valdivieso en honor a su filántropo. El reglamento, firmado por el Libertador el 19 de octubre de 1822, que tuvo vigencia hasta 1838, cuando fue derogado por el presidente ecuatoriano Vicente Rocafuerte, el mejor amigo de Bolívar en la juventud, pero implacable crítico después, comprende algunas perlas, como que el rector debía ser un sacerdote secular notable en literatura; el vicerrector debía levantarse a las cinco y media de la mañana para proceder a leer fragmentos de las obras de Fray Luis de Granada. Imaginen lo que significa madrugar para atender con devoción la Guía de los Pecadores, escrita por ese fraile llamado Luis de Sarria, nacido a comienzos del siglo XVI, que incluía proverbios de Salomón, así como galardones a quienes cumpliesen con la ley divina y, en contraparte, terribles y espantosas sanciones y calamidades, así como las peores plagas imaginables, para quienes no siguieran el camino del Señor. Se puede colegir que siempre era mejor ser rector que vicerrector, o que la literatura está por sobre crímenes y castigos, con el perdón o anuencia de Dostoievski.

El segundo caso mencionado tiene que ver con el título de doctor en derecho conferido a Bolívar por la Universidad de San Marcos al reconocerle los profundos conocimientos en ciencias jurídicas, y su perfil de autor de leyes y de constituciones. No fue un doctorado honoris causa, sino un título académico revestido de todas las formalidades del doctorado, con autoridades, jurado, asistencia de magistrados de la Corte Suprema, Colegio de Abogados, Consejo de Gobierno y Cabildo Eclesiástico, todos reunidos en acto formal el 3 de junio de 1826. Tras someterse a los exámenes de rigor para graduarse como abogado ante los tribunales y recibir la borla doctoral, Bolívar expresó: 

Señores, yo marcaré para siempre este día tan hermoso de mi vida. Yo no olvidaré jamás que pertenezco a la sabia academia de San Marcos. Yo procuraré acercarme a sus dignos miembros y cuanto momentos me pertenezcan después de llenar los deberes que he contraído por ahora, los emplearé en hacer esfuerzos para llegar, si no a la cumbre de las ciencias en que vosotros os halláis, a menos en imitaros. 

 

Cuando hoy asistimos, y lo más grave, sin asombro ni estupefacción, a noticias de usurpación de títulos por dirigentes políticos que han falsificado honores universitarios, cabe invocar este pasaje de la vida de Bolívar, tan ajeno a las trampas, timos y fraudes, tan comprometido con la moral, la ética y la conciencia.

Un tema mucho más complejo es el de la relación de Bolívar con la prensa, con antecedentes que prefiguran lo que se vive hoy en América Latina, particularmente en la tendenciosidad de noticias sesgadas contra toda expresión progresista o revolucionaria.

En el original de Simón Rodríguez titulado Defensa del Libertador, difundido y divulgado en Bolivia en 1828 en versión manuscrita, y cuyo epígrafe es una advertencia que hoy deberíamos observar: Impreso no quiere decir bueno, las referencias a la prensa y su ataque demencial a Bolívar merecen una mirada contemporánea, en virtud de que, desde hace algunas décadas, todo mandatario que no se someta u ose desafiar las estructuras del poder hegemónico y la dominación pasa por el mismo viacrucis al ser vilipendiado, ultrajado y, lo que es peor, convertido en destinatario de infamias, acusaciones falaces, fotomontajes, alusiones a la vida íntima, en suma, víctima de los señores que hacen gala de la libertad de expresión, en realidad, libertad de empresa, porque su libertad de prensa es más parecida a la prensa hidráulica que aplasta lo que encuentra a través de sus pistones, en este caso, los asalariados orgánicos y tinterillos de papel, micrófono o pantalla.

Escribir contra Bolívar, convertirse en su enemigo, era casi una moda. Un medio para hacerse un nombre como escritorzuelo, aspirar a cargos públicos, escalar posiciones entre los realistas y falsos republicanos, subraya el prólogo a la obra de Simón Rodríguez. El Peruano, El Duende, de Buenos Aires o El Fénix, de Lima, fueron medios creados con el único propósito de difundir noticias falsas y atentar contra la honra de Bolívar a través de las más viles calumnias. Las acusaciones iban desde la presunta intención de convertirse en emperador hasta analizar sus características étnicas y tildarlo de zambo que quiere liberar indios. Si hacemos una traslación histórica y guardando las distancias, la prensa limeña ha tratado de similar manera a Pedro Castillo, un plebeyo que ha osado convertirse en presidente del Perú. La diferencia es que no son libelos, sino palabras del señor Vargas Llosa, quien alerta sobre la catástrofe que advendría con un Perú comunista, autoritario y totalitario

Tirano y monstruo, que oculta sus intenciones de esclavizar a los pueblos, que trata a los argentinos, chilenos y peruanos como los españoles trataron a los moros, son algunas de las afrentas acentuadas en crónicas y opiniones, columnas que tuvieron la respuesta corajuda del maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, ya para entonces apellidado Robinson. 

La acusación hecha al Libertador de pretender coronarse rey y emperador de América en el Congreso Anfictiónico de Panamá, dirigida a destruir su imagen, la reprodujo La Abeja, El Fénix, El Patriota Chileno, La Estrella, El Nacional de Buenos Aires, El Duende, El Peruano Libre, El Mensajero, El Conciliador, entre muchos otros periódicos que hicieron de esta calumnia la opinión dominante. La respuesta de Simón Rodríguez contra la difamación es mordaz: “Ha leído U. lo que dice hoy el Sol, la estrella, el relámpago, el telégrafo, el duende, el iris, el fénix, el cóndor, la abeja, el escarabajo?… ¡qué bueno! ¡qué bien! ¡cómo lo pone!” Hablen, si es menester, todos los animales, revueltos con los astros en Congreso… el Libertador será siempre tal cual es, en el concepto de los hombres de juicio. (1)

 

Necesitamos hoy de muchos hombres como Simón Rodríguez para desanudar los tejidos de la infamia. Hoy, como ayer, cierta prensa ejerce un papel conspirador; los escribanos falsarios abundan, se reproducen, gozan de las mieles de la mesa elegante, se justifican, alaban, enaltecen, encumbran y honran a sus patrones. La triste servidumbre haciendo alarde, decía Unamuno.

En el listado de los contradictores más connotados, particularmente por las consecuencias políticas de su acción, está el colombiano Lorenzo María Lleras, quien tras décadas de lanzar acres críticas a la personalidad de Bolívar en las páginas de El Zurriago, fue el responsable de la expulsión de territorio colombiano en 1834 de la quiteña Manuela Sáenz, quizá la más célebre de las amantes del Libertador.

El tema anunciado sobre la relación de Bolívar con las mujeres no es trivial o de alcoba, si consideramos la fama, bien o mal atribuida, de mujeriego, amante fogoso, desdeñoso, indiferente o manipulador; de igual manera, su carácter enamoradizo desde la adolescencia, su perfil de indomable, de seductor, y hasta la vinculación de sus historias amorosas dentro del canon del sexo político con sus adjetivaciones rimbombantes, entre ellas, la de aprovechador de su indudable influencia, carisma y poder para ser utilizados con las mujeres.

Entre los rasgos más curiosos me encontré con una hipótesis de lo más interesante planteada por Germán Arciniegas, a quien cita Antonio de Cacua Prada en su obra Los hijos secretos de Bolívar. Lo novedoso del artículo de Arciniegas, publicado en el Diario El Tiempo de Bogotá, es la referencia a la relación amorosa que mantuvo Bolívar con Teresa Laisney, a quien conoció en Bilbao. 

Cabe ahora un breve paréntesis para comentar una anécdota sobre la casa de habitación de Bolívar en esa ciudad. Cumpliendo el ritual que nos enseñó Martí, es decir, antes de cualquier paseo turístico visitar las estatuas a él erigidas  o las casas en las que Bolívar vivió, fui hasta Bilbao con ese propósito. Nadie me daba razón, en vano busqué referencias y nomenclaturas, hasta que llegué al Cuerpo de Bomberos en la calle que parecía ser la de la vivienda de Bolívar. Entonces, al solicitar ayuda, al unísono los bomberos dijeron: ¡Hay que llamar a Basaldúa, es el único que sabe de esas cosas ¡ En efecto, llegó el viejo Basaldúa, me condujo hasta la vivienda donde una placa casi cubierta por el follaje de los árboles dice: En esta casa vivió Simón Bolívar, el Libertador, líder de la independencia de los países de América del Sur de la monarquía española. Frase también inscrita en euskera, como es natural en el País Vasco. La casa de habitación está situada en la antigua calle Matadero, ahora denominada Banco de España, es decir, lo mismo. Lo grave del caso, pensé, es que si fallece Basaldúa, nadie podrá jamás dar con el paradero de la casa de los años mozos de Bolívar.

Pero volvamos a las mujeres. Dice Arciniegas que Bolívar, entre sus muchos amores, mantuvo una relación profunda con la francesa Teresa Laisney, de cuya unión nació Flora Tristán, la socialista y feminista franco-peruana, creadora de la frase Proletarios de los países uníos, emblema que fuera más tarde invocado por Marx.  Se podía comprobar lo anotado, subraya Arciniegas,  por el increíble parecido del hijo de Flora, Paul Gauguin, con Bolívar. Resultaría novelesco que el gran impresionista, íntimo amigo de Van Gogh, que desarrolló su obra fundamental entre Martinica y la Polinesia, fuese el nieto del Libertador.

Más allá de lo conjetural y mágico, cabe ir a los conceptos. En carta dirigida a Doña Juana Velasco, firmada en Tunja, Boyacá, en julio de 1819, Bolívar manifiesta lo que considero su más alta declaración de principios sobre la naturaleza, acción y aporte de las mujeres a la causa independentista: 

A la mujer nuestros antepasados la consideraban inferior al hombre, y nosotros la consideramos nuestra igual. Unos y otros estamos grandemente equivocados, porque la mujer nos es muy superior. Dios la ha dotado de gran perspicacia y sensibilidad, y ha puesto en su corazón fibras delicadísimas, cuerdas muy sensibles a todo lo noble y elevado. El patriotismo, la admiración y el amor hacen vibrar esas cuerdas, y de ahí resultan la caridad, la abnegación y el sacrificio ante cuya caridad y abnegación me descubro con respeto, no habrían podido realizar el milagro que han hecho y que todos palpamos. Henchidas por dos sentimientos a cual más noble y elevado, la caridad y el patriotismo, han vestido al desnudo, saciado al hambriento, aliviado al adolorido y fortalecido al falleciente. Los patriotas se han comportado a maravilla, pero este era su deber. Pero sobre todo esto brilla el caluroso sentimiento patriótico de las señoras, con el cual han devuelto a un montón de hombres descorazonados y vacilantes su antiguo brío, su impetuoso valor y sus muertas energías; y todavía más: les han devuelto la fe. Sin este milagro los españoles nos habrían arreado como a un rebaño de corderos. Pero no sucederá eso: una causa que cuenta con tales sostenes, es incontrastable, y un ejército impulsado por tales estímulos, es invencible.

 

En 1825, tras visitar a Juana Azurduy y comprobar la condición miserable en la que la heroína sobrevivía, la ascendió al grado de coronela y le otorgó una pensión. Comentó entonces al mariscal Antonio José de Sucre: Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy.

La historia de sus amores con Manuela Sáenz serán parte de otro conversatorio, porque escritores del mundo, desde Neruda hasta García Márquez, han escrito sobre ese apasionado romance que duró ocho años, hasta la muerte del Libertador, pero quizá, quepa, una reflexión.

En el mosaico de la historia las mujeres de la etapa independentista fueron tratadas como ornamento, como guarichas, es decir mujeres de soldados, como prostitutas, parejas de baile o cocineras para la causa, de ahí el nombre del plato emblemático de la gastronomía peruana. También para los libertadores era Manuela un instrumento, una joya o un estorbo. Si para San Martín fue la Caballeresa del Sol, para Santander solo era una ramera. Observemos pues el abismo entre el adorno u objeto y la patriota. Breves fragmentos de las cartas de Manuela a Simón nos dan una idea precisa de la naturaleza de aquella extraordinaria mujer, con acendrada inteligencia y sabiduría política:

¿Que es usted un caballero? Acepto, pero no deje usted a los infames denigrar de su persona sin que reciban castigo merecido. Usted tiene el poder, ¿por qué no lo emplea? ¿Tiene recelo? Yo le digo que yo misma me he enfrentado, brazos en jarra, para disputar su honor. ¿Me ve usted a mí? Yo sí pienso en usted y no me importa qué me pase, pues sabré de qué se trata. Cuídese usted, que anda sin prevención de sus enemigos, que usted no cree. 

En correo pasado, nada dije a usted sobre Cartagena por no hablar a usted cosas desagradables; ahora lo hago felicitándole, porque la cosa no fue como lo deseaban. Esto más ha hecho Santander, no creyendo lo demás bastante; es para que lo fusilemos. Dios quiera que mueran todos estos malvados que se llaman Paula, Padilla, Páez, pues de este último siempre espero algo. Sería el gran día de Colombia el día que estos viles muriesen; estos, y otros son los que le están sacrificando con sus maldades, para hacerlo víctima un día u otro. Este el pensamiento más humano: que mueran diez para salvar millones. (2)

 

¿Sería acaso el desmesurado amante al que la censura protocolaria quiso esconder, en el citado y desaguisado evento de la UNESCO?

¿Por qué, a doscientos treinta y ocho años de su nacimiento, la curia oscura, las oligarquías criollas, las conjuras imperiales, intentan ocultar la magna obra de emancipación?

Será acaso la causa aquella carta del Libertador escrita el 5 de agosto de 1829 al coronel Patricio Cambell desde Guayaquil, donde decía, respecto a la posible reacción que tendría Estados Unidos de Norteamérica sobre la posibilidad de que el sucesor de Bolívar sea un príncipe europeo: ¿Cuánto no se opondrían todos los nuevos estados americanos  y los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad?

Creo que la respuesta a la ignominia, al placer de odiar, a los estertores de reyes, condes, duquesas, cardenales, al racismo, al neocolonialismo, ya fue inscrita como título de esta tertulia. La propia Manuela Sáenz, en otra carta, cual sacerdotisa y maga, nos legó ese breve testamento que hoy es cabal respuesta:

La inteligencia de S.E. sobrepasa a los pensamientos de este siglo, y bien sé que las nuevas generaciones de esa provincia y de América, seguirán el resultado de las buenas ideas de usted, en procura de una libertad estable y hacienda saludables.

 

Sin duda, Bolívar vive y la Patria es Grande, o Bolívar es grande y la Patria vive.

 

 

 


(1) Simón Rodríguez; Bolívar contra Bolívar; Colección Biblioteca Ayacucho; Caracas; 2019; p. XVI

(2) Las más hermosas cartas entre Manuela y Simón; Editorial El perro y la rana; Caracas; 2020; p. 66

1 Comentario

Deja un comentario