Por: Andrea Flores, colaboradora de IDEAL
Para que las élites políticas que antes gobernaron puedan convertirse en oposición, ante la llegada de proyectos populares al gobierno, deben refugiarse en los reducidos espacios de poder que les quedan y así mantenerse en la escena pública. Estos espacios de poder, aunque ahora son menos, no son menores: la academia y los medios de comunicación sirven para magnificar el mensaje, la opinión y la crítica con la que los partidos políticos desplazados siguen interactuando con sus audiencias, lo que les posibilita mostrarse como una alternativa en el futuro. Aunque se haga en nombre de la libertad de expresión, este refugio no es inocente y el ejercicio llevado a cabo no es espontáneo.
Los regímenes oligárquicos y neoliberales se caracterizaron por gobernar de la mano de sectores empresariales con amplio poder económico y, por lo tanto, político, así como por el control de la información y el gasto en propaganda oficial como parte de los esfuerzos por legitimar y defender las decisiones que tomaban en favor de unos cuantos. Por estas razones, las empresas dedicadas a la información y la comunicación fueron aliados excepcionales y es posible que actualmente, derivado de los beneficios que obtuvieron, mantengan un lugar predominante en el escenario mediático. La clase intelectual no se quedó atrás: es fácil recordar a personajes que monopolizaron premios literarios o apoyos oficiales para financiar sus libros, revistas o documentales mientras guardaron silencio ante hechos de corrupción o, incluso, crímenes de Estado.
En México, a través de la conferencia matutina o La mañanera del presidente López Obrador se ha hecho pública la manera en la que ésta maquinaria propagandística operó durante las administraciones anteriores, con nombres, apellidos y los montos obtenidos durante los gobiernos de Peña Nieto y Felipe Calderón. En La Mañanera también existe un espacio que desmiente las noticias falsas que promueven los oligopolios mediáticos consolidados durante estos sexenios, así como la desinformación que promueven sus directores, columnistas e intelectuales.
El ataque y la insistencia en demeritar o desaparecer las conferencias matutinas no es nuevo pero se ha acentuado en los últimos días. Las y los protagonistas de estas campañas dicen ser expertos en Ciencia Política y trabajan en universidades o centros de investigación prestigiosos, pero son incapaces de hacer una evaluación crítica sobre el papel que los medios tradicionales desempeñaron en la manipulación sistemática que promovieron los gobiernos neoliberales. Como si el escepticismo social y el repudio generalizado hacia ellos no hubieran sido factores determinantes en la derrota política que este régimen sufrió en las elecciones del 2018.
La oposición, incapaz de soportar las convulsiones de la época actual, sin identidad ideológica, ni agenda política, no se cansa de agotar el argumento de que el país vive en un clima de polarización y sostienen que este se origina en La Mañanera. Este argumento, tan absurdo y tan limitado en su dimensión histórica, se replica sólo entre quienes no pueden enunciar que las únicas plataformas que les quedan para emitir su opinión son los pilares que sostuvieron el régimen oligárquico y las políticas neoliberales con las que se beneficiaron unos pocos.
En todo caso, Las Mañaneras como ejercicio de comunicación política son consecuencia de la polarización y no su origen. Son una amenaza para quienes ya no poseen la voz dominante y se sentían dueños de la información, pues el presidente le comunica a la gente las decisiones de gobierno de lunes a viernes, durante dos o tres horas a partir de las siete de la mañana, sin intermediarios y respondiendo abiertamente a cualquier intervención de los y las periodistas.
La conferencia matutina de Andrés Manuel López Obrador profundiza la batalla cultural, política y mediática que este país viene dando desde hace años. Es parte de su ejercicio de gobierno, no es una simple estrategia oficialista de comunicación política que se activa y se desactiva en función de la coyuntura. Tampoco utiliza un lenguaje rebuscado o tecnocrático para dirigir de forma unilateral un mensaje o posicionarlo estratégicamente; hay pluralidad y diversidad en las intervenciones de las y los periodistas, quienes asisten con preguntas sobre un caso específico o con demandas colectivas de los diversos sectores del país.
Por primera vez, la agenda pública y nacional la dicta un presidente que goza mayoritariamente de legitimidad y no necesita de intermediarios, quien permanentemente rinde cuentas y comunica todos los días sus propósitos, en vez de ocultarlos.
Esta columna fue publicada en colaboración con Nodal