Por: Soledad Buendía

Llegamos todas y gobernaremos todas, fue parte sustancial del discurso de Claudia Sheinbaum en la toma de protesta como primera presidenta de México. Fue un acto de reivindicación y visibilización de las mujeres, tanto en el lenguaje como en la historia. Al nombrar a las “heroínas invisibles” y al insistir en el uso de un lenguaje inclusivo, el discurso desafió las estructuras patriarcales que han invisibilizado a las mujeres a lo largo del tiempo y abrió un horizonte donde el género no será una barrera para los sueños y aspiraciones de las personas. 

La llegada de una mujer a la presidencia en México no es solo un logro individual, sino un paso hacia la construcción de una sociedad más justa, inclusiva y equitativa para todas y todos. Es un ejemplo claro de cómo se puede romper el “techo de cristal” que, históricamente, ha limitado la participación de las mujeres en posiciones de poder. Desde la perspectiva de la representación política, este hecho subraya el avance en la inclusión de las mujeres en espacios de toma de decisiones, una lucha de décadas en México. A pesar de los avances, las mujeres mexicanas continúan enfrentando barreras culturales, sociales y políticas. Estamos en un momento histórico, que por sí mismo, es un reconocimiento tangible de las luchas por la igualdad y un cuestionamiento de viejos paradigmas patriarcales.

Para las futuras generaciones, la imagen de una mujer presidenta significa un cambio de narrativa; las niñas mexicanas podrán proyectarse en roles que anteriormente se consideraban inaccesibles. Este nuevo imaginario ayudará a construir una cultura de mujeres lideresas naturales, no solo en política, sino en todos los ámbitos de la sociedad. La representación importa, y la presencia de una mujer en la presidencia permitirá deconstruir estereotipos de género, en la toma de decisiones individuales y colectivas sobre sus aspiraciones y expectativas. El impacto simbólico generará cambios sustanciales en las políticas públicas. En particular, con la creación de la Secretaría de las Mujeres que permitirá el fortalecimiento de políticas con enfoque de género para combatir de manera integral la desigualdad estructural en la sociedad mexicana.

Hay que reconocer que este cambio no sucederá de la noche a la mañana. Las resistencias culturales y políticas seguirán presentes, pero el camino para el reconocimiento de las mujeres invisibilizadas a lo largo de la historia es irreversible, y constituye un poderoso llamado a la resignificación del lenguaje y a la recuperación de las voces femeninas en la construcción del futuro. La importancia de nombrar a las mujeres en sus roles y profesiones, visibilizando su existencia y contribuciones, destaca la lucha por la igualdad y la emancipación en el ámbito personal, social y político. El énfasis en el uso de “presidenta” con “A”, al igual que otras profesiones como “abogada”, “soldada” o “científica”, pone de relieve la relación entre el lenguaje y el poder. La frase “solo lo que se nombra existe” encapsula una verdad profunda enfrentada por las mujeres durante siglos: aquello que no es nombrado corre el riesgo de quedar al margen de la realidad social. La gramática, como estructura de pensamiento, ha sido históricamente androcentrista, es decir, ha tomado lo masculino como norma y lo femenino como excepción. En este sentido, el lenguaje refleja y perpetúa las desigualdades de género. El uso del lenguaje inclusivo no es un simple formalismo o una cuestión de corrección política, sino una herramienta de empoderamiento. Nombrar a las mujeres en sus respectivos roles, profesiones y títulos es una forma de reconocer su existencia, su capacidad y sus derechos. Incluye el reconocimiento a las “heroínas anónimas”, aquellas mujeres que a lo largo de la historia han luchado desde la invisibilidad para cambiar su destino y el de las generaciones futuras. Históricamente, las contribuciones de las mujeres han sido ignoradas o minimizadas, ya sea en los libros de historia, en la ciencia, en la política o en el arte. El patriarcado ha mantenido a muchas mujeres en roles subordinados, privándolas de reconocimiento y derechos.

La nueva Presidenta, con A, mencionó en su discurso a las mujeres indígenas, a las trabajadoras del hogar, a las madres y bisabuelas que no tuvieron acceso a la educación formal, reivindicando así a todas aquellas que, aunque no ocuparon posiciones de poder, jugaron un papel crucial en la resistencia y la transformación social. La lucha feminista ha sido, en gran medida, una lucha por visibilizar a estas mujeres, valorando su labor, su sufrimiento, pero también su fortaleza y su capacidad de cambio. El discurso también nos invitó a pensar en una genealogía femenina de resistencia y lucha. Al mencionar a las bisabuelas, tías, madres, hermanas, hijas y nietas, se establece una línea continua de mujeres que, a pesar de las adversidades, han trabajado por la emancipación de su género.  Hay un reconocimiento a las mujeres en toda su diversidad –indígenas, trabajadoras del hogar, madres, bisabuelas– nos recuerda la importancia de la interseccionalidad, es decir, la comprensión de que las mujeres no viven una única forma de opresión. Ser mujer implica enfrentarse a la desigualdad de género, pero esta desigualdad se cruza con otras formas de discriminación, como el racismo, el clasismo o la xenofobia. Al incluir a mujeres de diferentes contextos y realidades, Sheinbaum reconoce que la lucha feminista debe ser inclusiva, en las múltiples identidades y experiencias de las mujeres.

El discurso también se proyectó hacia el futuro, invitando a las generaciones actuales y futuras a soñar con un mundo donde “no importe si nacemos siendo mujeres u hombres”, donde los sueños y deseos de las personas no estén determinados por su sexo. Esta visión utópica es uno de los objetivos centrales del feminismo: la creación de una sociedad donde el género no sea un factor de discriminación o limitación, sino simplemente una parte más de la identidad individual.

Esta proyección hacia el futuro es fundamental para entender cómo la llegada de una mujer a la presidencia puede cambiar el horizonte de expectativas para las próximas generaciones. El ejemplo de una mujer presidenta sirve como modelo de rol, no solo para las niñas que aspiran a ocupar posiciones de liderazgo, sino para toda la sociedad. Un liderazgo femenino visible y reconocido rompe los estereotipos de género, desafiando la idea de que ciertos roles están reservados para los hombres. Finalmente, el discurso destacó el compromiso de Sheinbaum de gobernar “para todos y todas”; es una reafirmación de la importancia de la equidad de género en la gestión pública, que implica no solo atender las necesidades específicas de las mujeres, sino también transformar las estructuras que perpetúan las desigualdades, para garantizar que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades, tanto en el ámbito laboral como en el acceso a la educación, la salud y la justicia, en un proceso de transformación que ha devuelto la “dignidad, libertad y felicidad” al pueblo de México, un  cambio no solo material, sino también simbólico.