Por: Soledad Buendía

La igualdad sustantiva, entendida como la realización de condiciones equitativas y justas para todas las personas, es un ideal normativo y práctico que enfrenta múltiples desafíos en América Latina y en México en particular. Este concepto trasciende la igualdad formal —que se limita a la igualdad ante la ley— para enfocarse en transformar las estructuras sociales, económicas y culturales que perpetúan las desigualdades. 

América Latina es una región marcada por profundas desigualdades de género, reflejo de estructuras patriarcales históricas que relegan a las mujeres a roles subordinados. La discriminación no solo es evidente en las brechas salariales y de acceso a la educación, sino también en la violencia de género, que sigue siendo una pandemia silenciosa. Marcela Lagarde, antropóloga feminista mexicana, señala que “el patriarcado convierte la diferencia sexual en desigualdad política, económica y cultural”, subrayando que estas dinámicas estructurales son perpetuadas por el orden simbólico y material de la sociedad.

Lagarde conceptualiza el “cautiverio de las mujeres” como una condición que las encierra en roles tradicionales y limita su autonomía, lo cual perpetúa las barreras estructurales. Esto es particularmente evidente en los sistemas laborales, donde las mujeres enfrentan discriminación tanto en el acceso, permanencia y ascenso como en la remuneración, y son desproporcionadamente representadas en empleos precarios y no remunerados.

El término “feminización de la pobreza” hace referencia al hecho de que las mujeres, especialmente las jefas de hogar son más afectadas por la pobreza por las diferencias estructurales que enfrentan. En América Latina, esto se agrava por la persistente división sexual del trabajo y la falta de acceso equitativo a recursos como la educación, la tierra y el crédito. Según Magdalena León, “la pobreza tiene rostro de mujer”, ya que las mujeres son las principales responsables del trabajo de cuidado no remunerado, lo que limita su capacidad de participar en actividades económicas productivas y perpetúa su vulnerabilidad económica. León también enfatiza la importancia de integrar un enfoque interseccional para comprender cómo el género, la raza y la clase se intersectan para agravar la pobreza. Por ejemplo, las mujeres indígenas y afrodescendientes enfrentan tasas de pobreza significativamente más altas debido a siglos de exclusión y racismo estructural, lo que refuerza su marginalización.

En este contexto, la igualdad sustantiva requiere no solo políticas públicas efectivas, cambios normativos e incluso constitucionales, sino también una transformación cultural que desmonte los estereotipos de género y las dinámicas patriarcales. Rita Segato, argumenta que “la lucha contra la desigualdad de género no es una tarea secundaria, sino central para la transformación de nuestras sociedades”. Desde su perspectiva, el cambio debe incluir un cuestionamiento del capitalismo neoliberal, que exacerba las desigualdades al mercantilizar los cuerpos y las vidas de las mujeres.

Un ejemplo notable de avance hacia la igualdad sustantiva en la región es la implementación de sistemas de paridad en los gobiernos, como en Bolivia y México. Sin embargo, como señala Segato, estas medidas deben ir acompañadas de una reconfiguración del poder simbólico y material, pues de lo contrario, corren el riesgo de ser meros gestos formales.

La discriminación de género y la feminización de la pobreza en América Latina son problemas profundamente interconectados que requieren una solución integral. La lucha por la igualdad sustantiva no puede limitarse a reformas legales o económicas, aunque estas sean muy importantes, sino que debe abordar las raíces estructurales y culturales de la desigualdad. Solo a través de una transformación profunda de nuestras sociedades será posible construir un futuro en el que las mujeres puedan vivir con igualdad, justicia y dignidad.

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