Por: Daniela Pacheco | Esta columna se publicó originalmente en Milenio
En medio de una ceremonia cargada de símbolos como la ausencia de la acostumbrada alfombra roja; la presencia de pescadores, campesinos y barrenderos como invitados especiales; una plaza pública a reventar con más de 100 mil espectadores; mil artistas de todas las regiones del país; y la cereza del pastel: la presencia de la espada de Simón Bolívar, se posesionó el nuevo mandatario de las y los colombianos, Gustavo Petro Urrego.
Un exguerrillero, cuyo movimiento, el M-19 (Movimiento 19 de Abril), robó la espada de Bolívar en 1974, en un acto de rebeldía y desacuerdo contra el gobierno de ese entonces, marchó junto a los militares para recibir la banda presidencial que le sería colocada por la senadora María José Pizarro, hija de su ex compañero de guerrilla y candidato presidencial asesinado, Carlos Pizarro; un momento que arrancó lágrimas a muchísimos asistentes y hasta al mismo Petro. Después de más de 60 años de conflicto armado, un hijo de la búsqueda de la paz, se convertía en el primer presidente de izquierda en Colombia, después de 200 años de gobiernos conservadores en ese país. Además, también por primera vez en la historia colombiana, una mujer negra, víctima del conflicto armado, luchadora social, fue juramentada como vicepresidenta de la República.
La esperanza de las y los más vulnerables en su gobierno es enorme, pero también los son sus retos. Petro se comprometió en el cumplimiento de lo que será un decálogo de su gobierno: paz definitiva; cuidados para los más pobres; igualdad; gobierno de puertas abiertas; el diálogo como método; seguridad; lucha contra la corrupción; energías limpias; fortalecimiento de la industria nacional y economía popular; y cumplimiento de la Constitución.
Petro prometió escuchar al pueblo permanentemente y dialogar con la oposición como el político profesional y verdadero que es. Si alguien conoce las entrañas de Colombia es el líder del Pacto Histórico. Por primera vez en la historia reciente, antes de su posesión oficial hizo un llamado a la oposición para sentarse en la misma mesa, invitación a la cual su máximo representante, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, respondió positivamente, Esto, en el marco de una elección sumamente polarizada y de ánimos extremadamente caldeados.
Este martes 8 de agosto, el nuevo gobierno presentó ante la Cámara de Representantes su primera iniciativa: la Reforma Tributaria, con la que busca contrarrestar uno de los peores déficits fiscales, dejado por su antecesor, el expresidente Iván Duque, pero especialmente, financiar su ambiciosa política social para los próximos cuatro años. La reforma se concentrará en el 2% más rico, siendo la lucha contra la evasión y la elusión, el principal mecanismo de recaudación. El Ministerio de Hacienda y la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN) esperan recaudar al menos la mitad de su objetivo anual, haciendo que los evasores paguen y eliminando las exenciones injustas a grandes empresas y fortunas.
La elección de un economista socialdemócrata muy reconocido como José Antonio Ocampo, al frente de dicho ministerio, fue una de las primeras señales de tranquilidad a los mercados y de voluntad política de formar un gabinete plural con vasta experiencia en el sector público.
Por su parte, la implementación de los Acuerdos de Paz firmados en 2016 con la guerrilla de las FARC, cuyo fracaso ha dejado más de 1300 líderes sociales y 334 firmantes de dichos acuerdos asesinados, sigue siendo un pendiente. Sin embargo, no es una gran preocupación para la sociedad en general; sí lo es en cambio, reducir los índices de violencia y garantizar la seguridad. La intención del presidente de negociar con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y con otros grupos ilegales armados, que derivaron de la desmovilización de otros grupos armados y de la estructura del narcotráfico, incluidas extensiones de los cárteles mexicanos, resultan en un reto muy complejo que, de forma simultánea, pueden generar un gran desgaste.
La agenda ambiental es otro de los ejes más novedosos del presidente Petro, con la que busca impulsar una transición energética y alejarse, paulatinamente, de las actividades extractivistas, así como abrir nuevos caminos de cooperación conjunta con América Latina, al que por primera vez en décadas el llamado “Israel del continente” volteará a ver de forma sincera, y en los que Venezuela dejará de ser el principal enemigo. La pobreza y la desigualdad ocuparán ese lugar.
Petro recibe un país prácticamente en ruinas, con alarmantes niveles de pobreza, desempleo e inflación, motores que llevaron a los dos grandes paros nacionales de los últimos años, y que explican en parte el ascenso de la izquierda en Colombia. Un gobierno que les da voz y piensa en los pobres es un gobierno que se gana el desprecio de las élites excluyentes que siempre han dominado al país.
Petro no la tiene fácil: la esperanza del pueblo colombiano en él es tan grande como el poder y el desprecio que suscita en los conservadores que siempre se han creído dueños del presente y del futuro de las y los colombianos.
Realmente el pueblo y sus representantes populares se dieron cuenta de lo que les estaba pasando y decidieron hacer el acertado pacto historico que llevaron al poder a Petro y Francia verdaderos representantes de los más desposeídos de Colombia, esperamos que se logren los objetivos trazados al menos en un 60% y con el triunfo en el 2025 de la RC vamos a gobernar en el sur con los gobiernos progresista que ponen el ser humano por encima del capital .