Por: Daniela Pacheco
Columna publicada originalmente en Milenio
Aunque sea una contradicción evidente, la democracia en Colombia siempre ha sido hereditaria. Con las elecciones siempre recordamos cómo nuestra actividad política está sembrada de dominios e intereses familiares; 40 familias han dominado el poder en ese país durante 200 años dando paso a castas políticas unidas por la lealtad del linaje y los privilegios, y no por principios de servicio y ni qué decir de empatía por los pueblos.
Al igual que en México, las élites en Colombia secuestraron al Estado a través de sus relaciones familiares o contractuales y adecuaron las instituciones y la legislación, no en función del pueblo o de las mayorías, sino en función de ellos mismos, los que controlan el poder.
El pasado 13 de marzo se celebraron las elecciones legislativas en Colombia y las internas de algunas coaliciones para definir sus candidatos presidenciales. Como en los últimos dos siglos resultaron en puestos heredados por apellido, por negocio, se filtraron delincuentes, y hasta una de las curules de las víctimas del conflicto armado se quedó en manos del hijo de uno de los más sangrientos jefes paramilitares, a cuyos contendores por dicha plaza se amenazó. Sin embargo, también hubo casos como el de Francia Márquez, una líder ambientalista, activista, feminista, negra, víctima del conflicto armado y oriunda de Yolombó, una zona invisible para Colombia, que obtuvo la tercera votación más alta de todas las internas, por encima de muchas maquinarias y corruptelas de los partidos tradicionales.
Claro que tuvo que conectarse con la élite de algún partido para ser vista y reconocida, porque parece que sólo hasta que irrumpes en la capital y te fungen, existes, especialmente si eres mujer. Francia fue parte de los jóvenes que se tomaron las calles en el estallido social en Colombia y fue precisamente ese hartazgo, al igual que en países como Chile, el que generó las condiciones necesarias para que un liderazgo como el de Gustavo Petro pareciera (porque ya lo era) el más idóneo para sacar a Colombia del abismo.
Sus más de 4.4 millones de votos tan sólo en una consulta interna han avivado con más fuerza los fantasmas de la polarización, de Venezuela, de la guerrilla, y todas esas características que vienen con la izquierda per se. Hoy como hace cuatro años cuando también compitió por la presidencia, se apuesta por la máxima polarización, —como si Colombia no lo estuviera ya en términos de desigualdad y exclusión—-, con la diferencia de que el miedo a seguir igual ha superado el de lo desconocido, aunque en el discurso la élite le tema más al debate de extremos que a seguir siendo un país de muerte.
El débil gobierno de Iván Duque y su carácter endeble; la desastrosa gestión de la pandemia; la pérdida masiva de empleos; el asesinato permanente de líderes sociales que sólo en 2021 alcanzó los 135; el rompimiento de los Acuerdos de Paz; los niveles de inseguridad que resultaron en el año 2021 como el más violento en la historia en cuanto a homicidios; el debilitamiento de la derecha del expresidente Álvaro Uribe y su fuerza política; y, especialmente, el desprecio por la vida que ha caracterizado al poder en Colombia y que fue plenamente visible durante el paro, nos despertó.
El impulso de Petro va acompañado del cauto hundimiento del centro que demostró no estar a la altura, pero que siempre termina siendo decisivo electoralmente en estos escenarios; un fortalecimiento de la derecha más moderada; una sociedad joven resignificada después de las protestas; y de alianzas con ciertos sectores como el del liberalismo que están lejos de ser deseadas.
Claro que no correrá solo; del otro lado en la derecha emergió Federico Gutierrez, ex alcalde de Medellín, que promueve un discurso en pro de la democracia y la lucha contra la corrupción, aunque ya haya adoptado en sus filas a varios representantes de la vieja política, incluida la corriente del ex presidente Uribe. A pesar de ser más de lo mismo, su figura parece nueva y poco contaminada, y concuerda con la necesidad social de renovación. No hay que desestimar sus 1.9 millones de votos en las internas de su coalición.
Gutiérrez apostará por no parecer el nuevo caballito de Troya de Uribe, mientras Petro tendrá que sumar a los indecisos y a quienes se identifican más con el centro.
Es una verdadera lástima que como en Chile y México, las oportunidades para el progresismo emerjan en la máxima oscuridad, pero la derecha no lo habría permitido de otro modo. Con las elecciones del próximo 29 de mayo, otro escenario para Colombia es posible, después de años de matarnos entre hermanos para alimentar la avaricia de unos pocos. Por primera vez en mucho tiempo se vislumbran tiempos de vida y paz.