Por: Rommel Aquieta Núñez*
Enero del 2024 es un mes que las y los ecuatorianos difícilmente podrán olvidar. Un mes donde se marcaron hitos inimaginables dentro de la seguridad interna, la historia y la vida social del Ecuador, aquel país conocido dentro de la geopolítica latinoamericana y desde finales de los años 80, como una verdadera “isla de paz”.
Cuarenta años han pasado y la “isla de paz” se convirtió en un campo de batalla, una zona de guerra que con el paso del tiempo refleja crisis y conmoción interna real y sangrienta. Bandas criminales controlan las cárceles y al interior de los centros penitenciarios los motines son pólvora viva a punto de encenderse. La delincuencia organizada se expande por todo el territorio nacional y uno de los criminales más peligrosos del país se fuga sin dejar rastro —a la vista y paciencia de todo un equipo policial y de seguridad— de la Penitenciaría del Litoral, la cárcel más grande de la nación, ubicada en el puerto de Guayaquil.
Lo cierto es que, apenas iniciado enero, la coyuntura que vive el Ecuador se convierte en una bomba de tiempo, una bomba que estalla en la cara de los políticos de turno y golpea abruptamente en el interior de la población. La ciudadanía mira en vivo y en directo, la toma de un canal de televisión local por parte de criminales fuertemente armados que amenazan al equipo de periodistas que en ese mismo momento se encuentra transmitiendo la emisión central de su noticiero. Es mediodía del martes 09 de enero de 2024.
El terror y el shock compartido en vivo permite que el miedo lo invada todo y a todos. La población entera sufre un impacto psicológico provocado por lo que observa y siente. Comienzan las alarmas y la viralización de los videos, las fake news se desbordan y las alertas múltiples se activan desde y en las redes sociales.
Tiempo más tarde del mismo martes, el primer mandatario de la nación emite un decreto ejecutivo reformando el estado de excepción que se encontraba vigente en el país, el mismo que incluía un toque de queda desde las 23h00 a las 05h00 debido a la grave conmoción interna. Daniel Noboa, presidente del Ecuador, reconoce un “conflicto armado interno” tras los graves incidentes ocurridos y dispone la intervención y movilización inmediata de la Policía y las Fuerzas Armadas en el territorio nacional.
El génesis de un nuevo shock colectivo toma forma desde el miedo y el terror. Un total de 22 bandas criminales son identificadas como “organizaciones terroristas y actores no estatales beligerantes” y con ello las Fuerzas Armadas reciben la orden de ejecutar operaciones militares para “neutralizar” a las organizaciones y grupos delictivos identificados como tales.
El contexto aparece perfecto para comenzar a delinear políticas estatales de las que poco o nada la población se interesa por conocer a fondo. Los días siguientes comienzan a teñirse de pasado, de discursos repetidos y soluciones conocidas. Los Estados Unidos deciden exportar su ayuda, asesoría y modelos ejemplares de gobernabilidad para la isla de paz. Comienza la irrupción.
Una delegación norteamericana de alto nivel llega al país el lunes 22 de enero de 2024. Nadie profundiza en los detalles de su visita. El tema central de sus reuniones y acuerdos, según los medios nacionales y extranjeros, es la seguridad. Christopher Dodd (Asesor Presidencial Especial para las Américas), junto a la General Laura Richardson (Comandante del Comando Sur de los Estados Unidos) y el Subsecretario adjunto de la Oficina de Asuntos Antinarcóticos y Aplicación de la Ley, Christopher Landberg, lideran la delegación que adicionalmente se conforma por otros oficiales militares y civiles.
Hasta el 25 de enero los visitantes norteamericanos mantienen reuniones con el presidente Daniel Noboa y varios de sus ministros y autoridades nacionales (Ministros de Defensa, Gobierno, Relaciones Exteriores, Economía y Finanzas, la Fiscal General de la Nación y altos mandos de las fuerzas del orden ecuatorianas). “El conflicto armado interno” parece ser un nuevo caldo de cultivo para que los Estados Unidos salgan al rescate y perfilen una nueva toma de posición internacional. Los conflictos locales, sobre todo enfocados en la criminalidad y la violencia dentro de Latinoamérica hacen que desde el norte se marque un nuevo ritmo político y un rumbo con fuertes aires de intervención global.
La policía ecuatoriana recibe chalecos antibalas. Los orgullosos visitantes donan adicionalmente un millón de dólares en equipos de seguridad. Anuncian que el FBI aumentará su personal en el país, lo que permitirá apoyar de mejor manera tanto a la Fiscalía General como a la Policía Nacional. Se habla de capacitaciones y de asistencia técnica, pero nadie ahonda en los detalles de toda la “ayuda” recibida. Los programas de asistencia en seguridad, el intercambio de inteligencia y la cooperación internacional comienzan a ser términos y anuncios poco claros y a veces inentendibles para la población ecuatoriana.
En su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés, publicado en 1998, el escritor uruguayo Eduardo Galeano relata: “El 20 de septiembre de 1996, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos hizo una confesión pública. Ninguno de los medios masivos de comunicación otorgó al asunto mayor importancia, y la noticia tuvo poca o ninguna difusión internacional. Las máximas autoridades militares de los Estados Unidos reconocieron ese día que habían cometido «un error»: habían instruido a los militares latinoamericanos en las técnicas de la amenaza, la extorsión, la tortura, el secuestro y el asesinato, mediante manuales que se habían utilizado en la Escuela de las Américas de Fort Benning, en Georgia, y en el Comando Sur de Panamá, entre 1982 y 1991. El error había durado una década, pero no se decía cuántos oficiales latinoamericanos habían recibido la equivocada enseñanza, ni cuáles habían sido las consecuencias”.
Quizás en este punto el relato de Galeano nos permita repensar la ayuda y la cooperación. Quizás leyéndolo una y otra vez recordemos que en el Ecuador la “guerra y el aniquilamiento del enemigo interno” ya cobró muchas vidas valiosas, por ejemplo, en los años 80. No olvidemos que desde el Pentágono, la CIA y el FBI se negaron siempre las enseñanzas y responsabilidades de autor principal que propiciaron el aniquilamiento de los derechos humanos en toda nuestra América Latina.
El Comando Sur está irrumpiendo en la isla de paz, su comandante Laura Richardson habla de “intercambio de fuerzas especiales” entre Ecuador y Estados Unidos. Quizás nos haría bastante bien preguntarnos si bajo esta declaración ¿pudieron llegar al país latinoamericano las mismas fuerzas que aprendieron y pulieron bien las técnicas de investigación donde se incluye la tortura?
Hoy resulta demasiado importante reflexionar de forma crítica sobre la inmunidad que pueden tener estos expertos, estas fuerzas especiales, estos civiles y militares norteamericanos en territorio ecuatoriano. Indagar a fondo sobre lo que implica la cooperación en temas de seguridad podría revelarnos que “la protección y la ayuda” poco a poco extiende sus tentáculos a nuevos territorios y con ello un nuevo orden estratégico y político toma forma desde la asistencia y el trabajo conjunto y casi disfrazado de las fuerzas y el poder militar norteamericano.
*Rommel Aquieta Núñez es ecuatoriano. Papá, militante y lector de tiempo completo. Comunicador social, periodista e investigador independiente en temas de memoria política. Magíster en comunicación con mención en visualidad y diversidades, y colaborador del Instituto para la Democracia Eloy Alfaro IDEAL.