Por: Soledad Buendía

La belleza y la estética son conceptos que, aunque aparentemente superficiales, juegan un papel crucial en la formación de identidades y en la perpetuación de estructuras sociales. Estos conceptos están profundamente influenciados por dinámicas de poder relacionadas con el racismo, los estereotipos de género y las diferencias de clase. En este artículo exploraremos cómo estas intersecciones afectan la percepción y la representación de la belleza, y cómo un enfoque antirracista puede desafiar y transformar los estereotipos de género y clase.

La belleza no es un concepto universal; lo que se considera bello varía según el contexto histórico y cultural. En sociedades occidentales contemporáneas, los estándares de belleza están fuertemente influenciados por ideales eurocéntricos que privilegian características como la piel clara, el cabello liso y los rasgos faciales europeos. Estos estándares excluyen y marginan a aquellos que no se ajustan a estos ideales, especialmente a personas racializadas.

La estética, entendida como el conjunto de normas y valores que dictan lo que es considerado bello, está también imbricada en relaciones de poder. Las normas estéticas no solo dictan qué es bello, sino también quién puede ser considerado bello o bella, reforzando así jerarquías raciales, de género y de clase.

El racismo estructural y sistémico se refleja en los estándares de belleza predominantes. Las personas negras y de otras etnias no blancas a menudo son excluidas de las representaciones dominantes de belleza, lo que refuerza su marginación social. La investigadora Mara Viveros ha destacado cómo las prácticas estéticas pueden ser formas de resistencia y empoderamiento para las personas racializadas. Por ejemplo, el cuidado del cabello afro puede ser una práctica que no solo desafía los estándares de belleza eurocéntricos, sino que también fortalece la identidad y autoestima de las personas negras.

Los estereotipos de género influyen profundamente en los estándares de belleza. Las mujeres, en particular, están sujetas a expectativas estrictas sobre su apariencia física. Estos estándares no solo dictan cómo deben verse las mujeres, sino también cómo deben comportarse. Las mujeres que no se ajustan a estos estándares enfrentan discriminación y estigmatización.

Además, los estereotipos de género confluyen con los de raza y clase. Por ejemplo, las mujeres negras y de clase trabajadora enfrentan una doble o triple marginación. No solo deben lidiar con expectativas de género que pueden ser inalcanzables o irrelevantes para su contexto cultural y económico, sino también con la discriminación racial y de clase que refuerza su exclusión.

La clase social también juega un papel crucial en la construcción de la belleza y la estética. Las normas estéticas a menudo reflejan y refuerzan las desigualdades de clase. Los ideales de belleza que requieren costosos tratamientos de belleza, ropa de marca y acceso a ciertos estilos de vida excluyen a aquellos que no tienen los recursos para cumplir con estas expectativas. Esto crea una división entre quienes pueden permitirse cumplir con los estándares y quienes no, reforzando así las barreras de clase.

Un enfoque antirracista en la estética busca desafiar y transformar los estándares de belleza que perpetúan la exclusión y la discriminación. Esto implica visibilizar y valorar la diversidad de cuerpos, colores de piel y tipos de cabello. También implica reconocer y cuestionar los estereotipos de género y clase que refuerzan estos estándares.

La belleza y la estética no son simplemente cuestiones de apariencia; son arenas en las que se juegan dinámicas de poder relacionadas con el racismo, los estereotipos de género y las desigualdades de clase. Al adoptar un enfoque antirracista que desafíe estos estándares y visibilice la diversidad, podemos comenzar a desmantelar las estructuras de poder que perpetúan la exclusión y la discriminación. En última instancia, esto no solo transformará nuestras concepciones de la belleza, sino también nuestra sociedad en su conjunto.