Por: Omar Stainer Rivera Carbó

El 28 de julio en Venezuela se vivió otra elección presidencial que dio la victoria al candidato y actual presidente del país, Nicolás Maduro Moros. Como era de esperarse ,al no contar con su visto bueno, el gobierno de Estados Unidos ha encabezado una cruzada internacional para deslegitimar el resultado por un supuesto fraude electoral.    

Que Nicolás Maduro Moros perdió las elecciones en Venezuela de manera “abrumadora”, es una de las principales líneas de mensajes diseñada y puesta a circular, incluso mucho antes del 28 de julio. En palabras del Gabo, se trataba de “la crónica de una muerte anunciada”, porque el representante del chavismo no se estaba enfrentando solo a Edmundo González Urrutia y al resto de los candidatos, sino a poderosas fuerzas oscuras, dentro y fuera de Caracas.

Como nunca, la vieja incertidumbre que ha cargado la humanidad durante cientos de años ha ido desapareciendo por una tristísima certeza, ya sabemos lo que va a ocurrir. Este artículo pudo ser escrito incluso antes de que las elecciones tuvieran lugar, y difícilmente sus puntos básicos cambiarían. Entre las hipótesis del fraude electoral y la victoria chavista, como era más probable la segunda, podía preverse el conocido camino de si no se pueden revertir los hechos, los manuales estadounidenses aconsejan al menos sembrar la duda y dinamitar la credibilidad en el escenario internacional.    

De cualquier manera, es una verdad de Perogrullo señalar el papel principalísimo jugado por la administración de Joe Biden en cierta cruzada internacional, orquestada para repetir el asunto de la derrota de Maduro. Un analista con sentido de la ética medio podría versionarse que la imagen de una oposición que logra movilizar a sus bases al punto no solo de derrotar al chavismo, sino de hacerlo de manera contundente, podría ser fruto del desvarío de Biden.

Sin embargo, el tema Venezuela está tan enquistado en la Casa Blanca, e incluso la manera de abordarlo, que nos lleva a descartar tempranamente la hipótesis de que el catalejo de Biden está desenfocado. Por el contrario, el gobierno estadounidense echa manos a la vieja táctica de deslegitimar, esa que ha implementado contra decenas de gobiernos electos en muchos países, y contra el propio venezolano. Aquí no se escapan a una observación impostergable, hay falta de creatividad.

Curiosamente, Estados Unidos es uno de los que más golpes en el pecho se ha dado para exigir que la victoria de Maduro sea demostrada, o en su defecto, se acepte la derrota. Sin embargo, resulta cuando menos llamativo que quien exige pruebas, no las de. Y es que, se muestre lo que se muestre, nunca va a convencer, porque la verdad es una y es la que conviene a Estados Unidos y a sus aliados. Aquí de lo que se habla no es que una elección prescinda de la transparencia, sino de reconocer que la maquinaria desinformativa ha sido engrasada y funciona a plena capacidad.   

El propio tema de las elecciones venezolanas nos tendría que llevar a reflexionar sobre la cada vez más polarizada verdad, donde pareciera que se habla de dos países distintos. Y en ese escenario hay que abrirse paso, entendiendo además que de los dos extremos con que se mira la realidad de esa nación, prima el negativo. Una búsqueda rápida en Internet permite concluir que existe desbalance en las narrativas, donde las favorables al chavismo son minorías.

¿Pero quiere esto decir que siempre que el río suene es porque piedras trae? La historia nos ilustra ampliamente que como mínimo existen tres verdades, las de cada una de las partes, y la de verdad, que puede o no coincidir con una de las partes. En este caso, ya solo el interés despertado en el Gobierno de Estados Unidos hace que todas las alarmas enciendan sus bombillos rojos.      

El Departamento de Estado, en su función de punta de lanza internacional contra Venezuela, entre el día posterior a las elecciones y el 9 de septiembre, ha realizado al menos 25 menciones al tema en sus conferencias habituales o declaraciones específicas. Solo en la primera semana de septiembre se contabilizaron seis de esas menciones, lo que evidencia que el tópico no pierde interés. Este récord ubica a la elección venezolana como uno de los asuntos prioritarios en política exterior, y en especial en la agenda de Antony J. Blinken. 

Las líneas argumentales que engordan el asunto de la derrota de Maduro tampoco recibieron una inyección de creatividad, pues se sostienen en la existencia de fraude electoral y una significativa persecución contra los sectores opuestos al gobierno, antes y después. Si quitamos el nombre de Maduro, este párrafo puede ser colocado en casi cualquier análisis que se haga sobre un país donde gane la elección un proscrito por Estados Unidos.  

Lógicamente, de ahí se desprenden otras sub-líneas estrechamente relacionadas, como la victoria inobjetable del desconocido Edmundo. Esta vertiente ha ido transitando hacia una especie de martirologio, ya que el discurso comienza a endilgarle las mismas características del líder exiliado y mortificado que en su momento le adosaron a Juan Guaidó. ¿Quién lo recuerda ahora? Esto también permite vislumbrar que pudiera en el futuro seguirse el mismo curso que en el caso Guaidó, reconocimiento internacional a una presidencia nula. 

Aunque muchas de las menciones del Departamento de Estado al tema son respuestas a preguntas de periodistas, también hay alusiones directas. Por ejemplo, si bien el 3 de septiembre en su conferencia de prensa habitual, el portavoz emitió sus consideraciones sobre la orden de captura contra Edmundo al ser inquirido por un periodista, ese mismo día el Departamento publicó una Declaración de prensa.

Los discursos son similares y no se les puede criticar falta de coherencia. En cualquiera de los espacios resaltan “los extraordinarios esfuerzos a los que Nicolás Maduro irá para tratar de mantener el poder tras su intento de robar las elecciones presidenciales”. Aquí resalto la palabra “intento”, pues implícitamente se refiere a un asunto que, pese a lo dicho por las autoridades electorales del país, al menos en el escenario internacional movido por Estados Unidos, no está dicha la última palabra.   

Me permito sacar de contexto un bocadillo de la Declaración de prensa protesta por una orden de captura contra Edmundo: “El camino a seguir debe ser un proceso de transición democrática pacífica, transparente e inclusivo que ponga el bienestar de los venezolanos en su centro”. No me detendré en las acepciones de democracia, pacifismo, transición, transparencia y bienestar en los diccionarios del gobierno y los servicios especiales estadounidenses, pero solo diré que, en el caso de Venezuela, es lo contrario. 

El propio Antony J. Blinken, Secretario de Estado, a quien se le puede acusar de todo, menos que no sea laborioso, el 8 de septiembre emitió otra declaración sobre el tema. En una de sus partes recicló el asunto de la democracia al expresar que “el 28 de julio, el pueblo venezolano expresó abrumadora e inequívocamente su deseo de cambio democrático”. 

La estrategia enemiga es la misma, pero el país avanza hacia una nueva etapa.