Por: Soledad Buendía
Monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador desde 1977 hasta su asesinato en 1980, es una figura emblemática en la historia de El Salvador y de América Latina. Su compromiso con los derechos humanos y su postura firme contra la violencia y la opresión lo convirtieron en un símbolo de resistencia y justicia social. Este artículo explora su lucha y su legado, destacando su papel como defensor de los oprimidos, su enfrentamiento con las estructuras de poder, y el impacto duradero de su vida y muerte en la sociedad salvadoreña y en el mundo.
Óscar Arnulfo Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, El Salvador. Fue ordenado sacerdote en 1942 y rápidamente ascendió en la jerarquía eclesiástica, siendo nombrado arzobispo de San Salvador en 1977. En un principio, Romero fue visto como un conservador, pero los eventos que marcaron su arzobispado, particularmente el asesinato de su amigo el padre Rutilio Grande, lo llevaron a adoptar una postura decididamente en favor de los derechos humanos. Romero se convirtió en una voz profética en medio de la violencia que azotaba El Salvador en los años previos a la guerra civil. Su lucha se centró en la denuncia de las violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno salvadoreño y las fuerzas paramilitares, así como en la defensa de los pobres y oprimidos, quienes sufrían las peores consecuencias de la represión. Sus homilías dominicales, transmitidas por radio, se convirtieron en un faro de esperanza y resistencia, donde denunciaba la injusticia, la violencia, y la opresión, y exigía respeto por la dignidad humana.
El compromiso de Romero con la justicia social lo llevó a un enfrentamiento directo con las estructuras de poder en El Salvador. Su crítica abierta al gobierno y a los sectores económicos que sostenían el statu quo lo convirtió en un enemigo de las élites y en un blanco para los grupos de poder. Monseñor Romero no dudó en utilizar su púlpito para exigir que cesara la represión y para llamar a los soldados a desobedecer órdenes injustas que contravenían la moral cristiana.
Este desafío a las autoridades fue una de las razones que condujeron a su asesinato el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia en San Salvador. El impacto de su muerte resonó en todo el mundo, evidenciando la magnitud de la crisis en El Salvador y colocando al país en el centro de la atención internacional.
El legado de Monseñor Óscar Arnulfo Romero es vasto y perdurable. Su canonización en 2018 por el Papa Francisco reafirmó su estatus como mártir de la fe y defensor de los derechos humanos. Para muchos, Romero es un símbolo de la lucha por la justicia y la dignidad en América Latina, un continente marcado por la desigualdad y la represión. La influencia de Romero trasciende las fronteras de El Salvador. Su mensaje de amor y justicia resuena en su país y en todo el mundo, inspirando a movimientos sociales, defensores de derechos humanos, y líderes a continuar la lucha por los más vulnerables. Su vida y muerte han inspirado a generaciones a combatir la injusticia y a buscar la paz a través del diálogo y la solidaridad.
Monseñor Óscar Arnulfo Romero es, sin duda, una de las figuras más importantes en la historia reciente de América Latina. Su vida, marcada por el compromiso con los derechos humanos y la justicia social, y su asesinato, lo han consagrado como un símbolo de resistencia contra la opresión y la violencia. El legado de Romero continúa vivo, recordándonos la importancia de alzar la voz contra la injusticia y de trabajar por un mundo más justo y humano. En tiempos de crisis y conflicto, su vida y obra nos ofrecen un ejemplo poderoso de lo que significa ser verdaderamente comprometido con los ideales de paz y dignidad humana.